Educación y pensamiento

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Texto 1

Reforma no, revolución. I. Maite Larrauri.

Ya no es tiempo de discutir reformas parciales. ¿No se dan cuenta los partidos políticos de que lo que necesita el sistema educativo es una auténtica revolución? Dejémonos de tonterías, que si “Educación para la ciudadanía” o “Educación en valores”, que si dos o tres años de bachillerato, que si los alumnos terminan la enseñanza obligatoria a los 15 o a los 16 años. El PP y el PSOE se entretienen con lo inesencial y mientras tanto mucha gente se preocupa porque las cosas de la enseñanza no funcionan bien. Hace unos días más de 4 millones de personas siguieron el programa de televisión “Salvados” en el que se comparaba la educación en España y en Finlandia; y eso es prueba de un gran interés.

Empecemos por una idea inamovible que debería revolucionarse: por ejemplo, la presencia masiva de las matemáticas como materia propedeútica durante la enseñanza primaria y la enseñanza secundaria obligatoria.

Fue Platón el que dijo que las matemáticas eran un camino en el progreso del conocimiento y que su enseñanza podía ayudar a distinguir quienes podían seguir estudiando y quienes no. ¡Pero lo dijo en el siglo IV antes de Cristo! ¡Seguimos teniendo hoy en día una escuela platónica! Lo denunció Dewey a finales del siglo XIX, pero ahí estamos.

Las matemáticas ocupan jerárquicamente el lugar más alto en la enseñanza. Un niño inteligente es el que saca muy buenas notas en matemáticas. O sea que seguimos concibiendo un sólo tipo de inteligencia, confundimos saber pensar con saber matemáticas.

A todo esto se ha añadido otra idea profundamente arraigada: la de la separación entre la mente y el cuerpo, la creencia de que la actividad del cuerpo es pasividad de la mente, y, por tanto que la actividad de la mente se favorece con la pasividad del cuerpo. De ahí nació la fórmula “aula”, con los cuerpos sentados, silenciosos, como condición para el aprendizaje

Muchos han levantado la voz para proclamar que se aprende haciendo, en la actividad de cuerpos y mentes conjuntamente, pero hasta ahora es como si no se les hubiese prestado atención. Resulta refrescante escuchar a Ken Robinson denunciar que el actual sistema de enseñanza parece como si sólo quisiera producir profesores universitarios, o sea ese tipo de individuos que “viven en sus cabezas”, “cuyos cuerpos transportan sus cabezas.”

Creo que las matemáticas habría que enseñarlas, en la primaria y en la ESO, sin decir que se está enseñando matemáticas, o sea, como parte necesaria de otra actividad, incorporada a las actividades sobre las cuales debería estar centrado el aprendizaje. Cocina, decía Dewey. O carpintería, o pasos de baile, o estudios demográficos. No pasaría nada, la sistematización de las matemáticas se enseñaría en el bachillerato a aquellos alumnos que quieren ir a la Universidad.

O sí que pasaría: la escuela empezaría a ser para todos, para todos los tipos de inteligencia. La historia que cuenta Ken Robinson al final de su charla acerca de la coreógrafa de Cats es ejemplar.

Texto 2

Reforma no, revolución. II. Maite Larrauri.

También la lengua ocupa un lugar de privilegio en toda la enseñanza obligatoria como materia propedeútica. Y ese es el problema. Por supuesto que los niños tienen que aprender a manejar su propia lengua en muchos contextos y de manera cada vez más especializada y culta. Pero ni tendrían que aprenderla fuera de cualquier contexto práctico, ni tendrían que estudiarla con la misma terminología que usan los lingüistas. Ni siquiera deberían los estudiantes saber que están aprendiendo lengua.

Esto último debería aplicarse a todas las materias. Como dice Dewey, son los profesores los que tienen que saber qué están enseñando a los alumnos desde el punto de vista de la visión global que poseen de un determinado conocimiento. Los alumnos sólo tendrían que saber lo que están haciendo, o cómo lo están haciendo, pero no deberían saber qué asignatura están aprendiendo y cuánto están aprendiendo, ni con respecto a un nivel preestablecido, ni respecto a sus otros compañeros. No clasificar, ni medir el conocimiento de los alumnos de la enseñanza obligatoria: eso sería una auténtica revolución (y me consta que en Finlandia han hecho algo de esto).

Los padres de un niño que vuelve de la escuela podrían preguntarle qué ha hecho, qué ha aprendido a hacer, y no si va bien en matemáticas, en sociales o en lengua. Y el niño podría contestar que ha hecho la comida, o ha escuchado una historia, o ha escrito unas instrucciones para el uso de materiales, o ha construido unas estanterías, o ha discutido en asamblea las normas de comportamiento en el patio, o ha plantado unas habas, o ha limpiado el comedor, etc…

En cambio los profesores sabrían que han enseñado medidas y pesos mientras hacían la comida, o vocabulario descriptivo al escuchar una historia, o reglas ortográficas cuando redactaban instrucciones, o geometría para hacer consistentes las estanterías, o el uso de la palabra en público, o el crecimiento de las plantas, o a ser mejores ciudadanos haciéndose cargo de la limpieza de espacios comunes.

Sueño con alumnos que no puedan repetir la terminología intrínseca a la ordenación y exposición sistemáticas de un saber. Porque no es sino ridícula palabrería cuando ellos la dicen, cuando memorizan lo que son los sintagmas nominales, pero en cambio no son dueños y señores de la lengua, ni en la escritura ni en la lectura.

A los niños de entre 7 y 8 años se les enseña a leer y a escribir en abstracto, no en el contexto de una práctica en la que tuvieran que aprender para hacer algo, sino propedeúticamente, porque ya les servirá más adelante para leer cualquier cosa. Y con esa tónica se sigue enseñando en cursos sucesivos.

Tuve que hacerme cargo, en una ocasión, de un grupo de alumnos de 1º de la ESO que iban retrasados respecto al resto del grupo. Leían con muchas dificultades, y eran tan lentos que cuando llegaban al final de una frase no recordaban lo que habían leído . Se me propuso, siempre desde un punto de vista propedeútico y abstracto, que eligiera textos sencillos. Yo los encontraba carentes de interés, aburridos, impropios para su edad. Así que intenté pensar en algún libro que fuera entusiasmante para un chico o chica de 13 años, sin tener en cuenta sus dificultades iniciales. Elegí El Conde de Montecristo.

Los propios alumnos no podían creerse que les estuviera proponiendo una novela de más de mil páginas, pero eso mismo cambió la perspectiva con la que se juzgaban. Si yo, que era la profesora, los encontraba capaces, ellos empezaron a pensar que lo podían hacer. La novela de Dumas es dialogada en su mayor parte, por lo que yo repartía papeles y me reservaba la voz del narrador. Fue un éxito, nunca desmayaron ni se aburrieron durante las clases y aunque no puedo medir lo que aprendieron, ¿alguien duda de que, después de leer un libro como ese, los alumnos sepan mucho más y no sólo en cuanto al uso de la lengua?

Texto 3

 

La creatividad. Ken Robinson.

 

 

Texto 4

La educación es vida. John  Dewey por Maite Larrauri.

“La educación no es una preparación para la vida. Es vida”. Jhon Dewey.

Dewey es el primer gran innovador de la pedagogía. Todo lo que escribió fue decisivo, aunque en realidad no se está aplicando, a excepción de países como Finlandia.

Podemos afirmar que Dewey es el padre de la innovación pedagógica.

Según Dewey todos pensamos que la educación prepara para vivir la vida de adultos, pero Dewey piensa que es la educación es mucho más: es  vida.

Esto  quiere decir que se educa para formar ciudadanos en una democracia. Con lo cual las escuelas tienen que crear una vida democrática ejemplar, en el sentido de mejor que en el exterior.

Dewey creó una escuela que se llamó Escuela Laboratorio donde aplicó sus teorías pedagógicas. En esta escuela se resolvían los conflictos de forma democrática, se validaba la existencia de diferentes potencialidades, tipos de inteligencia… Nadie se quedaba atrás.

La mayoría de los innovadores pedagógicos se han inspirado en él. En la actualidad, sistemas educativos como el finlandés son una prueba de su eficacia.

Según Dewey:

“Lo importante no es aprender a leer, sino aprender que leer es importante”.

Texto 5

La educación del pensamiento. Lipman.

Cuando la educación era considerada como transmisión de información sobre el mundo, la forma en que se enseñaba no parecía tener mucha importancia. Pero cuando el proceso cognitivo empezó a ser considerado un objetivo de la interrelación educativa, las antiguas prioridades fueron quedando obsoletas y hubo que reemplazarlas por otras totalmente nuevas. Por ejemplo, aunque la adquisición de conocimiento podía ser todavía un objetivo valioso, no lo era tanto como mejorar la capacidad de juicio que nos permite usar el conocimiento. Y mientras que el uso del conocimiento puede ser aún central para el conocimiento teórico, se ha ido considerando que el éxito educativo requiere cada vez más la aplicación práctica de ese conocimiento en situaciones problemáticas.

Por otra parte, hoy en día estamos tan deslumbrados con el aumento de las potencialidades de los ordenadores, y de su impacto sobre la sociedad contemporánea, que no nos damos cuenta de que este cambio tecnológico  indica una revolución más profunda que se ha ido dando silenciosamente en la sociedad. Los cambios que queramos introducir en el comportamiento humano deberán ser el resultado de los cambios en las leyes y políticas que gobiernen el propio comportamiento, y no el resultado de los cambios tecnológicos. Incluso deberían ser el resultado de cambios en los criterios mediante los cuales juzgamos el comportamiento humano.

Podemos hablar tanto como queramos sobre cómo el cerebro humano ha sido consecuencia de la destreza de la mano y, por tanto, de las herramientas y de la maquinaria que ha sustituido la mano. Podemos describir cómo hoy en día el cerebro ve ampliadas sus capacidades gracias a los ordenadores. Pero el hecho es que seguimos reconociendo el pensamiento como el centro de operaciones de la actividad humana. En consecuencia, para bien o para mal, la revolución consiste en que ahora nos referimos exclusivamente al pensamiento de las personas cuando antes nos referíamos a las propias personas.

A partir de la última afirmación, podemos tener la tentación de concluir que las personas son vistas como máquinas cartesianas, robots dirigidos por sus intelectos. Esto podría ser verdad si lo que entendiésemos por «pensar» fuese lo mismo que Descartes entendió. Pero no es el caso. Para Descartes, la noción de pensamiento importante es la del pensamiento matemático y lógico.

La separación entre mente y cuerpo, y los atributos de este −la capacidad de percepción, las maneras de sentir, de valorar, de crear, de imaginar, de actuar, etc.−, es total y absoluta. Sin embargo, el pensamiento multidimensional tal como lo entendemos aquí, apunta a un equilibrio entre lo que es cognitivo y lo que es afectivo, entre lo perceptivo y lo conceptual; entre lo físico y lo mental, entre lo que es gobernado por reglas y lo que no.

Texto 6

 El cuidado en la educación. Lipman.

 Nuestros comportamientos, afirmaciones e intervenciones –cualquier cosa que hacemos, decimos o producimos–, muestran cuánto valoramos, cuánto apreciamos, cuánto disfrutamos y cuánto queremos. Pero solo son una

pequeña pista de todos los tipos de cuidado que podemos citar. Mientras que hay muchos verbos que indican «decir», pero no los usamos todos –preferimos usar frases como «él dice», «ella dijo»–, solemos emplear una gran variedad de términos diferentes para indicar formas de cuidado, en lugar de usar solo el genérico cuidado.

Enseñar pensamiento crítico y creativo requiere que el profesorado esté atento a no pasar por alto el magma de emociones en las que un escrito concreto se sostiene y que tenga en cuenta el cuidado como dimensión esencial de nuestra experiencia.

En mi opinión, si las escuelas se comprometieran a fomentar en cada estudiante un equilibrio entre los aspectos creativos, críticos y cuidadosos del pensamiento, se daría un cambio radical en la naturaleza de la educación.

Las técnicas pedagógicas que buscan practicar el pensamiento crítico a expensas del creativo y el cuidadoso, deberían excluirse a sí mismas. Un aula debería ser una comunidad de investigación que facilitara el pensamiento creativo y cuidadoso. No debería ser solamente una fábrica de producción de operaciones intelectuales totalmente indiferentes, o casi hostiles, a la consideración, el respeto y el aprecio que los miembros del grupo pueden tener entre ellos o hacia las cuestiones que estudian.

Necesitamos saber, mucho más de lo que ahora sabemos, cómo alejarnos de la reglamentación estricta del pensamiento que hoy día caracteriza la educación, para poder avanzar hacia la liberación y la estructuración de sentimientos, de valores y de significados que deberían caracterizarla.

Aun viendo las dificultades, tenemos la impresión de dar un paso adelante, más allá de la mentalidad mercantil de la escuela que concibe la educación solo como preparación para ocupar hileras en las casillas de una sociedad «multiencasillada».

Lo que afirmamos en este libro representa un esfuerzo por contribuir a este paso adelante, especificando algunos de los conceptos y criterios indispensables para idear una educación que haga justicia al espíritu de los grandes descubrimientos e invenciones de la humanidad.

Texto 7

 Ser racional o ser razonable. M. Lipman

Al final de ese artículo, incluído integramente en la segunda edición de Thinking in Education, afirma que el pensamiento crítico no puede ser solo un pensamiento regulado por criterios. Además, debe ser crítico de sí mismo, consciente de su falibilidad, autocorrectivo, y debe tener en cuenta el contexto a la hora de ser aplicado.

Lipman mantiene esta caracterización hasta el final de su trayectoria, pero en su etapa final, va más allá. Ya no trata solo de cómo mejorar la capacidad de pensamiento crítico, sino de cómo cultivar la razonabilidad. Cuando la dimensión crítica del pensamiento apunta a la razonabilidad, se complementa con la dimensión creativa y la dimensión cuidadosa, sin las cuales un pensamiento crítico “podría ser racional, pero poco razonable”.

 Breves biografías

 John Dewey (Burlington, Vermont, 20 de octubre de 1859-Nueva York, 1 de junio de 1952) fue un filósofo, pedagogo y psicólogo estadounidense.

En palabras del catedrático de Historia Robert B. Westbrook, Dewey fue «el filósofo estadounidense más importante de la primera mitad del siglo XX», y fue, junto con Charles Sanders Peirce y William James, uno de los fundadores de la filosofía del pragmatismo. Asimismo, durante la primera mitad del siglo XX fue la figura más representativa de la pedagogía progresista en Estados Unidos. Aunque se le conoce más por sus escritos sobre educación, Dewey también escribió influyentes tratados sobre arte, lógica, ética y democracia, en donde su postura se basaba en que solo se podría alcanzar la plena democracia a través de la educación y la sociedad civil. En este sentido, abogaba por una opinión pública plenamente informada mediante la comunicación efectiva entre ciudadanos, expertos y políticos, con estos últimos siendo plenamente responsables ante la ciudadanía por las políticas adoptadas.

Matew Lipman fue el iniciador, el teórico y el líder en el desarrollo de la filosofía para niños. Su trabajo tuvo como objetivo promover la enseñanza generalizada de la filosofía y una adaptación del concepto de la capacidad de pensar por sí mismo. Lipman desarrolló una teoría y práctica, inspirada en el trabajo de John Dewey, que se convierte en totalmente innovadora: creación de un pensamiento racional y talleres creativos a través de una discusión filosófica (para niños o adultos). El conjunto se apoya en las novelas filosóficas («narrativa manual») y libros («guías didácticas»). Su primera novela filosófica, El descubrimiento de Harry Stottlemeyer, para niños de 10 años, muestra las etapas de los niños para llegar a la lógica formal.

Mucho más que permitir a los niños y a los jóvenes científicos un aumento de las habilidades académicas, la atención y el ideal de Lipman, a través de su método, es el desarrollar el pensamiento crítico, o la razón, en cada individuo («razón» se entiende aquí en el sentido humanista de la Ilustración, como la facultad del sentido común que se opone a las pasiones y el oscurantismo). Esta razón o el pensamiento reflexivo, garantiza la libertad de pensamiento (considerado en sí mismo) y por tanto las libertades civiles que se expresan a través de la democracia (donde el bien común se realiza mediante el intercambio de ideas, el respeto y la escucha).

Ken Robinson es un educador, escritor y conferencista británico. Doctor por la Universidad de Londres, investigando sobre la aplicación del teatro en la educación. Robinson es considerado un experto en asuntos relacionados con la creatividad, la calidad de la enseñanza, la innovación y los recursos humanos.

 Bibliografía

-Lipman, M., El lugar de la educación en el pensamiento. Octoedro, Barcelona,  2016.

-Dewey, John, Democracia y educación, Ediciones Morata, Madrid, 1998.

-Larrauri, Maite y Max, La Educación según Jhon Dewey, Fronterad, 2012

Educar para pensar razonablemente.

http://www.celafin.org/documentos/MirandaAlonso_FuncionFilPersonaRazonable.pdf

-Larrauri, Maite, Reforma Educativa. https://filosofiaparaprofanos.com/2013/02/12/reforma-no-revolucion-1/

 

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