TEXTO 1. El mal samaritano. Helena Béjar

Una vez que el ámbito privado y el ámbito público se separan, resulta difícil volverlos a unir, y creo que Helena Béjar es consciente de la urgente necesidad de hacerlo. Para ello, propone recuperar el pensamiento republicano. Este es el tema de su espléndido libro El corazón de la república (Paidós, 2000). Fíjense que este título engarza los dos elementos en liza: la intimidad (el corazón) y el espacio político (la república).

La palabra republicanismo resulta equívoca en castellano. Se la relaciona con una forma de gobierno -la república-, y suele olvidarse que en filosofía política designa una teoría de la virtud cívica, un modelo de ciudadanía….

El republicanismo es un humanismo cívico, una tradición de virtud, de participación en las tareas comunitarias. Afirma que la permanencia y bienestar de la república depende del buen comportamiento de los ciudadanos. En el último capítulo de ese libro, Béjar estudiaba el nuevo movimiento social del voluntariado, como manifestación y encubrimiento a la vez del pensamiento republicano.

La obra que hoy comento “El mal samaritano. El altruismo en tiempos de escepticismo” nace de ese capítulo. El tema del voluntariado, del tercer sector social como suele llamárselo, contraponiéndolo al Estado y al mercado, ha adquirido gran relevancia social y económica. Béjar quiere encuadrarlo en el panorama ideológico actual, en el individualismo rampante. ¿Qué significa que en un mundo estructural y psicológicamente insolidario proliferen las actividades altruistas? Lo más interesante del libro es, precisamente, el enfoque metodológico: quiere analizar los discursos que justifican el voluntariado. El libro es una “sociología de la motivación”.

Distingue, a mi juicio con acierto, dos lenguajes genéricos. Uno, el llamado lenguaje primario, dominante y hegemónico del individualismo, nutre y fagocita las razones de la ayuda. No aduce valores fuertes, ni morales, ni emocionales, sino una espontaneidad que busca autorrealizarse.

El lenguaje secundario se enuncia en dos formas. Una, de origen cristiano, se funda en valores fuertes: la caridad, el mandato divino, la compasión. La otra, hace una vaga referencia al pensamiento republicano, al humanismo cívico.

Helena Béjar considera que el futuro del voluntariado está amenazado por su falta de conciencia política, su recelo hacia los valores fuertes, y su poca conciencia de indentidad asociativa.

Es un intento de integrar altruismo e individualismo que resulta muy precario si no se le proporciona una filosofía política y ética que lo funde. Helena Béjar vuelve la mirada hacia el pensamiento republicano, y creo que hace muy bien. La virtud es la entraña de la buena política.

Texto 2  La generosidad solo se puede devolver con gratitud.  Reciprocidad. Jose Miguel Valle

Resulta llamativo el lío conceptual que nos hacemos con todas las palabras que revolotean alrededor de la gratitud. Imagino que la culpa de esta maleza de significados vincula con el hecho de que el colonialismo de las prácticas comerciales ha invadido muchas de las provincias que forman el mapa de la vida humana.

La gratitud es el sentimiento por el que apreciamos la ayuda recibida de alguien (su generosidad). La materialización de esa gratitud que irradia en nuestro entramado afectivo es el agradecimiento. Se trata de una acción verbal a través de la cual exteriorizamos que nos ha gustado lo que el otro ha hecho a nuestro favor. Nos hallamos aquí con un triunvirato radical para la convivencia. Cuando nos sentimos gratificados por la acción de un tercero, dar las gracias es una cortesía, sentir gratitud es una inclinación sentimental, ser agradecido es una virtud.

Como nadie llega a ninguna parte si a su lado no tiene a alguien que le ayude, articular la existencia con estas disposiciones afectivas es prioritario para la construcción de una vida buena.

En la generosidad y en el agradecimiento dar y recibir se despojan de instrumentalidad económica y se alzan en ayuda desprendida. El receptor de la ayuda no contrae ninguna deuda y el benefactor no se arroga la condición de acreedor. Es un acontecimiento extraordinario que conviene resaltar en un mundo en el que se ha hipertrofiado el intercambio mercantil y se tiende a denostar todo lo que no se encajona en ese canon, como si el apoyo entre humanos no pudiera efectuarse sin la presidencia del interés lucrativo. En la generosidad el favor es desinteresado, pero cuando ese mismo favor se infiltra en la esfera lucrativa se convierte en interés (en el que se mezclan los pagos materiales y los inmateriales).

La generosidad es el antagonismo del lucro. No puede nunca devenir en una futura petición de devolución, porque entonces dejaría de ser un acto generoso.

Probablemente el impulso último de la generosidad es una reciprocidad no advertida. Ayudo a quien lo necesita para que a mí me ayuden cuando sea yo el necesitado, aunque cuando se lleva a cabo la experiencia generosa no se reclama que el favor sea pagado con otro favor.  No tengo la menor duda de que este acto de bondad es un acto de extrema inteligencia.

Sin embargo, cuando la generosidad se exhibe se metamorfosea en ostentación. Es curioso que sea así. La exhibición del acto degrada el acto, porque toda acción en la que uno procesiona el valor de su acción deviene en vanagloria.

En el ensayo Los poderes de la gratitud, de la psicóloga francesa y profesora en la universidad de Grenoble-Alpes Rébecca Shankland, se citan diferentes investigaciones en las que se demuestra que cuanto más elevado es el deseo de reconocimiento de la ayuda desplegada por el benefactor, más elevada es la sensación de deuda y menor la de gratitud por parte del receptor. Este hecho avala que la sensación de deuda descansa en la intención del benefactor. Si su intención es instrumental, nos sentiremos deudores. Si su intención aparece exenta de réditos, nos sentiremos agradecidos. La sensación de deuda punza e incomoda hasta que no es reembolsada a través de una devolución análoga o simbólica. Por contra, la gratitud nos dona una agradable placidez que refrenda su etimología: aquello que nos resulta grato aunque provenga de la ayuda de otro y que se resuelve con la propia presencia de este sentimiento y su verbalización.

La generosidad se invisibiliza en el círculo del afecto porque se da por hecho que en toda interacción afectuosa el único interés es ayudar al que lo necesita. Si el afecto es muy extenso y profundo, la generosidad se difumina y se convierte en amor.

Esta nominación casa perfectamente con la acepción primigenia del amor, que significaba el cuidado del otro. Amar a alguien era cuidarlo, asistirlo, ayudarlo a amortiguar la vulnerabilidad congénita a vivir. Aunque en la generosidad no se persigue ninguna devolución, en todas las culturas subyace la ley no escrita de que el favor se paga con otro favor. Hablamos entonces de deuda moral, la obligación de devolver de algún modo la ayuda depositada en nosotros. A veces el favor no se puede corresponder y entonces la única forma de recompensarlo es con gratitud. He aquí la centralidad gigantesca de este sentimiento en la peripecia humana. Ser agradecidos con quien nos trata con generosidad es una de las últimas islas de resistencia contra el imperialismo de las prácticas comerciales.

La generosidad demuestra que la pulsión lucrativa no es omnipresente en la vida humana como pregonan insistentemente algunos credos. El sentimiento de gratitud, que como todo sentimiento no se puede comprar porque no tiene precio, es la forma con la que se compensa a quien nos ha tratado con generosidad. Una acción virtuosa se devuelve con el agradecimiento, que es otra acción virtuosa. Nada que ver con el tintineo de las monedas.

Texto 3

¿Es posible el altruismo egoísta? Jose Miguel Valle

Para que no haya ninguna duda me atrevo a afirmar que el altruismo no es prerrogativa de almas caritativas, sino de almas muy inteligentes. No entiendo muy bien qué tergiversación nominal y afectiva ha ocurrido para que el altruismo se asocie al egoísmo.

Se define como altruismo egoísta toda acción en la que se ayuda al otro, pero la acción se pone en entredicho porque se detecta una tracción motivadora en el placer que procura intrínsecamente la propia ayuda. En el recomendable ensayo El mal samaritano de la socióloga Helena Béjar se indaga con resultados sorprendentes en estas mecánicas.

Es cierto que a veces la conducta altruista descansa en la gratificación personal que supone ayudar al otro, pero jamás se me ocurriría conceptuar esa motivación como egoísta. La severidad que supone definir como egoísta una acción altruista me parece una tara léxica nacida de una preocupante corrupción sentimental. La apuntada concordancia entre altruismo y egoísmo se produce en los imaginarios porque se ha hiperbolizado la idea de que ningún acto humano está exento de la búsqueda de beneficio propio, como si colaborar con el otro a su mejora, prosperidad o simplemente a que transite hacia una situación más favorable para sus intereses sea lo mismo que negarle la ayuda, sabotearle oportunidades o procurarle un daño injusto. Incluso la instrumentación del altruismo y su publicidad para elevar la cotización en el parqué social no lo consideraría egoísmo, sino narcisismo o vanidad.

Existe una zona fronteriza en la que pueden coincidir la ayuda desprendida y la satisfacción que emerge ante la contemplación de lo bien hecho. ¿Este sentimiento de orgullo anula la acción altruista, desautoriza que se la pueda nominar de este modo? Que el altruismo retroalimente beneficios para ambas partes aunque sean de naturaleza diferente, ¿invalida que se le pueda calificar de acontecimiento altruista?

Mi respuesta es no. Es una noticia que debe congratularnos a todos saber que ayudar al otro genera respuestas gratificantes en quien presta la ayuda, y que esas acciones reciben el aplauso de la comunidad. Intuyo que uno de los motivos de este embrollo conceptual radica en que no sabemos descifrar nítidamente en qué consiste el comportamiento egoísta. Urge alfabetizarnos para expresar con más sutileza y menos simplificaciones los sentimientos que decoran nuestras acciones.

Hace unos años elaboré un programa educativo llamado Pedagogía de la Cooperación. Estaba destinado a chicas y chicos de catorce y quince años. En ese programa inventé una dinámica con ilustraciones para que discernieran comportamientos aparentemente egoístas, pero que sin embargo no lo eran. La línea que los separaba era muy visible, si previamente se aceptaba que egoísmo es toda acción en la que la consecución de un bien personal provoca un perjuicio en el bien común.

Es la diferencia que yo argumento entre egoísmo e individualismo. En el individualismo se anhela la ampliación de bienestar privado, pero no implica perjudicar el bienestar público, no al menos de forma marcadamente consciente. En el egoísmo ese perjuicio es insoslayable. Y muy consciente.

Sostengo que no puede existir en una misma conducta el deseo de ayudar al otro y el deseo simultáneo de perjudicarlo. Si el altruismo es ayudar desinteresadamente al otro, su sentimiento antitético no sería el egoísmo, sino la maldad, que es aquel curso de acción destinado a perjudicar al otro sin que necesariamente obtenga réditos quien lo lleva a cabo. Si los tuviera, hablaríamos de crueldad, y si la acción proporcionara delectación en su ejecutor la tildaríamos de perversidad. Oponer al altruismo el egoísmo es una elección impertinente. Si en una acción en la que procurando un beneficio a otro me beneficio yo, aunque sea con el pago de una gratificación sentimental, un raptus de bienestar, la adquisición de reputación, o la satisfacción del deber cumplido, estamos delante de una acción que supura inteligencia. El mal llamado altruismo egoísta debería recalificarse como altruismo inteligente.

Si ayudo al otro, me ayudo a mí, aunque la recompensa no aparezca contigua a la acción que acabo de desplegar. Que me importe el otro es la mejor manera de que yo le importe también. Quizá la motivación es individual, pero adjunta un soberbio resultado social. La mutualidad puede invisibilizarse en el aquí y ahora, aunque forja una red de transacciones en la urdimbre social.

Favorezco la perpetuación de una lógica de reciprocidad tanto directa como indirecta en la que alguien hará lo propio conmigo si en el futuro me hallo en una situación similar. Anticipar las gratificaciones que sin embargo se sitúan cronológicamente lejos de su punto seminal requiere la participación de la racionalidad, la capacidad de fabricar argumentos por los que regirnos para vivir y convivir mejor.

Una de las características de la gente obtusa es su pobre relación con el futuro y con esa exterioridad que llamamos los demás. No entrelazan un acto de ahora con su repercusión ni en su propio porvenir ni en el cuerpo social.

La cara b del altruismo no es el egoísmo, es la inteligencia, que cuando se fija en la articulación del magma social se convierte en justicia, imprescindible para la vida en común, pero también para la felicidad privada. No hay nada más inteligente que procurar que se desarrolle el bienestar de todos en ese marco de metas compartidas que llamamos convivencia.

Texto 4. Marina Garcés. Ilustración Radical.

Reseña de Bernardo Álvarez-Villar

«Ahora bien. La ignorancia, y esto ya lo sabía Sócrates, es antes que nada un problema moral, y nuestras décadas de narcisismo y abundancia nos han llevado a olvidar una “sutil” diferencia: la que existe entre morir y matar. Inmersos en la cultura del simulacro y el espectáculo, hemos visto proliferar las guerras, el terrorismo y las crisis migratorias sin ser capaces de dirimir hasta dónde llega nuestra responsabilidad ni cómo actuar en consecuencia.
Lo que Garcés propone es una revitalización del espíritu de la Ilustración, que no es un estado sino una tarea, para combatir las credulidades y servilismos de nuevo cuño. Retomar las preguntas fundamentales sobre el sentido y la dignidad de la vida, volver a situar el ágora en el centro de la vida colectiva y cultivar un pensamiento a la contra de los dogmas apocalípticos y antihumanistas. «Poder decir “no os creemos” es la expresión más igualitaria de la común potencia del pensamiento”, escribe la filósofa.

Texto 5 Es una pregunta interesada. Tengo un hijo de tres años. ¿Cómo cree que debería educarlo? Richar Sennet.

Hágalo carpintero. Un carpintero filosófico. En realidad este tema tiene dos lados. Por un lado está el tema: ¿Qué hace una persona joven en este momento? Y el segundo es: ¿Por qué debería ser un problema para la gente joven hoy? El sistema, de una manera bien neoliberal, ha hecho que la escasez del buen trabajo sea un problema individual.

Para contestar la pregunta les cuento algo que ha estado pasando con mis alumnos. Y son tres cosas. Lo más drástico, porque tenemos en Gran Bretaña una situación terrible para la gente joven recibida de la universidad. La solución más drástica es la emigración. Eso es algo muy especial para ellos porque Asia del sudeste y el Oriente Medio están contratando a graduados jóvenes que tienen competencia en inglés. Pero la emigración es un cambio de vida drástico. Tengo otros alumnos que están empezando a ver cómo hacer para tener una vida de día y otra de noche. Están en trabajos temporarios durante el día, trabajo para sobrevivir, y después, de noche, hacen las cosas que realmente quieren hacer. Esto ha significado reducir, muy conscientemente, tanto sus niveles de vida como lo que ellos entienden como una carrera. Lo mismo está pasando en Japón, donde este tipo de vida doble está instalándose. La tercera cosa que he aconsejado a mis alumnos acá hacer es perder sus miedos al fracaso. De armar empresas por más que fracasen. Actividades que no tienen un valor económico. Si fracasan, ¿qué más da? Es mejor hacer eso que nada.

¿Cómo llegamos hasta acá?

La respuesta estructural está en lo siguiente: economías modernas, particularmente con la aparición de las computadoras, generan menos trabajo para los trabajadores existentes. Es un hecho de la vida. Y la única forma de enfrentarse con esto es compartir el trabajo. Tomar un trabajo y dividirlo en dos o hasta en tres partes. Después, el Estado tendra que darle suplementos a los sueldos de los trabajadores por el tiempo que no estén empleados. En otras palabras, hay que sacarse la idea de que un trabajo a tiempo completo es para una sola persona. Tenemos la tecnología para hacerlo.

Me preguntaron al principio sobre la cultura. Acá es donde entra la cultura en este tema. Esta nueva realidad significa que la vieja idea de un Bildung –es decir, que eras formado para hacer algo y que te pasabas toda tu vida dedicado a esa cosa– tiene que cambiar. Por estas razones económicas, tienes que pensar en ti mismo como en una persona a tiempo parcial. Esto es un desafío y requiere mucha voluntad. Por el lado gubernamental esto tiene que significar el fin del neoliberalismo. Porque sólo puedes enfrentarte con los problemas estructurales de demasiadas personas con insuficientes trabajos con un Estado muy activo e intrusivo que organiza el trabajo. Esto no es fantasía. Los holandeses han experimentado ya con esto y también los alemanes y los noruegos. Pero esos son regímenes de capitalismo social en vez de neoliberales. La gente necesita trabajar por un tema de autoestima, más allá del dinero. Vivir de la caridad no es una vida. Entonces tienes, nuevamente por razones culturales, que satisfacer esa necesidad. Pero no la vamos a satisfacer mientras no reconozcamos que necesitamos una reorganización política y social masiva para poder distribuir trabajo. No hay otra forma de hacerlo. Es un tipo de Estado completamente diferente.

Trabajando con máquinas en ámbitos virtuales, ¿estamos perdiendo la capacidad de reflexión?

Bueno, no es culpa de la máquina. Es un cuento familiar en la historia del homo faber que cuando consigues una herramienta nueva el primer impulso es decir que la herramienta te reemplazará; dejas que la máquina lo haga todo. Esto no es sólo para las computadoras. Vale también para las máquinas industriales, y antes de eso, pasaba con las herramientas científicas en el principio del Renacimiento. El tema es cómo ser más inteligentes en el modo en que usamos estas máquinas. Allí tengo que decir que el capitalismo realmente ha mostrado su rostro más horrible. Porque tenemos lo que son casi monopolios instantáneos en el mundo de la alta tecnología: Google, Microsoft y otros. Además, son tecnologías cerradas. Es decir, es muy difícil reprogramar cualquier programa se trate de de Microsoft o de reprogramar Google.

¿Sus últimos libros definen y amplían este tema?

Es nuestro problema, y no el de la máquina, repensar cómo podemos usar las máquinas como prótesis, como herramientas, como ayudas en vez de simplemente usarlas para que hagan para nosotros lo que nosotros no queremos hacer… ¿Cómo podemos ver esta tecnología como una amenaza? La amenaza está dentro de nosotros mismos.

Biografías

Marina Garcés: (Barcelona, 1973) es una filósofa y ensayista española, profesora titular de Filosofía en la Universidad de Zaragoza, impulsora proyecto colectivo Espai en Blanc de pensamiento crítico y experimental. ​ Uno de los conceptos centrales de su pensamiento es lo común en el camino de desarrollar alternativas para enfrentarnos a las crisis actuales. Defiende la filosofía como una forma de vida, un arte que nace en la calle y que continúa sin interrupción en los espacios íntimos e invisibles.

Helena Béjar: Máster en filosofía por la Brunel-West London University y doctora en Sociología en la Complutense de Madrid, donde enseña actualmente. Helena Béjar fue profesora visitante en la New School for Social Research de Nueva York, en la Universidad Berkeley y en la de Dartmouth.

Jose Miguel Valle: (Bilbao, 1968). Licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación por la Universidad de Salamanca. Pertenece al equipo de docencia de la Escuela Sevillana de Mediación. Forma parte del profesorado del Experto en Mediación y Gestión de Conflictos de la Universidad Loyola Andalucía y del Especialista en Mediación de la Universidad Pablo de Olavide (UPO). Imparte cursos y talleres sobre inteligencia social.

Jose Antonio Marina: nieto del filósofo toledano Juan Marina Muñoz, José Antonio Marina es catedrático excedente de filosofía en el instituto madrileño de La Cabrera, Doctor Honoris Causa por la Universidad Politécnica de Valencia, además de conferenciante y floricultor. Estudió filosofía en la Universidad Complutense de Madrid, teniendo por compañero a su amigo y también escritor Álvaro Pombo.

Richard Sennet: es un sociólogo estadounidense adscrito a la corriente filosófica del pragmatismo.1​ Es profesor emérito de Sociología en la London School of Economics, profesor adjunto de Sociología en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) y profesor de Humanidades en la Universidad de Nueva York. Ha sido miembro del Centro de Estudios Avanzados en Ciencias de la Conducta y es miembro de la Academia Estadounidense de las Artes y las Ciencias y de la Royal Society of Literature de Gran Bretaña. Es también el director fundador del New York Institute for the Humanities.

Biografía para ampliar

Garcés, Marina, Ilustración Radical, Nuevos cuadernos Anagrama, 2018, Madrid.

Béjar, Helena, El corazón de la república, Paidós, 2000,

Béjar, Helena, El mal samaritano. El altruismo en tiempos de escepticismo, Anagrama, 2006.

Shankland, Rebecca, Los poderes de la gratitud, Plataforma Editorial, 2017

Sennet, Richard, El artesano, Anagrama, 2009.

Bilbao, Horacio y Maz, Andrés, Hay que perder el miedo al fracaso, Revista Clarín, 27-07-2012:   https://www.clarin.com/ideas/richard-sennett-entrevista-sociologia-buenos-aires_0_r1CZndZhwme.html

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