«Cuando encuentras un diamante que no es de nadie, es tuyo. Cuando encuentras una isla que no es de nadie, es tuya. Cuando eres el primero en tener una idea, la haces patentar: es tuya. Y yo poseo las estrellas, puesto que nunca nadie antes que yo pensó en poseerlas».

Antoine de Saint-Exupéry

 

Texto 1. Responsabilidad y capitalismo. André Comte-Spomville.

 “»No es la generosidad lo que mueve al comerciante a vender sus productos a precios módicos, sino el interés».”

Hoy, el filósofo francés André Comte-Sponville retoma esas mismas conclusiones para asestar un golpe mortal a la moda del “comercio ético”.

“No hay que mezclar todo. El capitalismo no es moral o inmoral. Es, simplemente, amoral”, afirmó en una entrevista con LA NACION.

Este reconocido intelectual de 54 años, discípulo y amigo del filósofo Louis Althusser, se declara heredero de los epicúreos y admirador de Spinoza, de Montaigne y de Lévi-Strauss. Formado en la mejor escuela del materialismo histórico, se define como “un ateo apasionado de espiritualidad y fiel a los valores judeocristianos».

-Para usted es, entonces, inconcebible una sociedad donde la gente pueda trabajar por amor al prójimo o a la humanidad.

-Es decir que, así como el mercado es eficiente para crear riqueza, jamás bastó para construir una sociedad o una civilización moralmente aceptables…

-Con toda razón, el ex primer ministro socialista francés Lionel Jospin decía: «Sí a la economía de mercado; no a la sociedad de mercado». Sí a la economía de mercado porque la economía sirve para crear riqueza y es la más eficaz para hacerlo, pero no a la sociedad de mercado, porque, por definición, el mercado significa sólo lo que se compra y lo que se vende. Y en una sociedad no todo está en venta.

-¿En quién recae la responsabilidad moral de una sociedad?

-En el individuo. La moral sólo existe en primera persona. ¿Por qué siempre acusar al sistema capitalista? El sistema capitalista no es nadie. ¿Cuánta gente conoce usted que es egoísta -como usted y yo- y echa pestes contra el egoísmo del sistema? El sistema no tiene por qué ser generoso; son ellos los que deberían serlo. Como no lo son, se excusan condenando el sistema.

-Pero el individuo, a título personal, no puede moralizar una sociedad.

-Naturalmente. Entre la dimensión amoral de la economía y la moral de los individuos hay una fuerza colectiva que llamamos Estado, política o derecho, que debe encargarse de moralizar el funcionamiento económico en beneficio de los individuos. Es justamente porque la economía es amoral y porque la moral no es rentable que se necesita una articulación entre las dos, algo que no esté en venta. Creo que mientras más lúcidos seamos sobre la naturaleza de la economía y la moral, sobre la fuerza de la economía y la debilidad de la moral, más exigentes seremos en cuanto al derecho y a la política.

-Para usted, es necesario distinguir cuatro órdenes o niveles distintos en la organización de una sociedad.

-Así es. El primero de ellos es el orden técnico-científico. A él pertenecen la economía y la biología, y se estructura mediante la oposición de lo posible y lo imposible. La cuestión de lo que está permitido o prohibido -por ejemplo, la clonación o la manipulación de células germinales- no le concierne. Ese orden debe ser limitado por algo desde el exterior: el orden jurídico-político, estructurado por la oposición entre lo legal y lo ilegal. Pero en esa etapa las cosas aún no están resueltas, porque no hay ninguna ley que prohíba, por ejemplo, la mentira, el egoísmo, el desprecio, el odio

En otras palabras, la maldad.

-Si queremos escapar individualmente del espectro del malvado legalista, debemos inventar un tercer orden para que todo lo que es técnicamente posible y legalmente autorizado no sea realizado. De modo que ese orden jurídico-político deberá estar limitado por un tercer orden: el de la moral, estructurado por la oposición entre el deber y lo prohibido. Ese tercer orden no debería ser limitado, sino completado, porque un individuo que cumpla siempre con su deber sería un fariseo si respetara sólo la letra de la ley moral.

-¿Qué le faltaría a ese fariseo?

-Tres mil años de civilización judeocristiana responden a lo que le faltaría: el amor. Y así llegamos al cuarto orden, que completa el tercero: el orden ético.

-Para volver a las llamadas empresas de comercio ético…

-Como afirmaba Kant, una acción puede ser conforme a la moral, pero no tener ningún valor moral. Lo propio del valor moral de una acción es la ausencia de interés. El comercio ético sigue siendo comercio.

-¿Cuál es su sociedad ideal?

-Mi sociedad ideal no existe. Sería una sociedad que funcionara a base de amor y de generosidad, y esto -por todo lo que acabamos de decir- es antropológicamente imposible. En todo caso, debería ser una sociedad que respetara las libertades individuales y supiera aprovechar la eficiencia de la economía de mercado, protegiendo, al mismo tiempo, a los más frágiles. Naturalmente, sin contar con el mercado para que generara justicia social. En Francia llamamos a eso una sociedad socialdemócrata. Es necesario confiar al Estado todo aquello que no está en venta en una sociedad: la libertad, la justicia, la dignidad, la salud pública, la cultura y la educación. Hay que entender que el Estado no es eficaz para crear riqueza: el mercado y la empresa lo hacen mejor. Es imprescindible dejar de soñar con una sociedad colectivista cuyas experiencias sucesivas terminaron trágicamente.

-Usted suele afirmar que la gente confunde con frecuencia ciudadanía y moral

-Sí. En el mundo moderno, la gente suele pensar que lo propio de la ciudadanía es respetar al otro. Sin embargo, sea uno ciudadano o no, el otro merece respeto. Etimológicamente, el ciudadano es miembro de una ciudad, es decir, de un Estado democrático. Así es en una democracia directa o indirecta, como las nuestras, donde el pueblo soberano delega sus poderes en sus representantes. Al mismo tiempo, el ciudadano no es totalmente soberano. De lo contrario sería rey. Todo ciudadano tiene, en consecuencia, dos obligaciones: obedecer a la ley, porque no es rey, y participar en la elaboración de esa ley, porque no es súbdito. De aquí surge que la definición de ciudadano es esencialmente política. Pero respetar al prójimo no depende de la política, sino de la moral. Ya se trate de un súbdito o de un ciudadano, se le debe el mismo respeto. Es, pues, un contrasentido ligar el respeto, que es un valor moral, con la ciudadanía, que es un valor político.

-Pero, con frecuencia, respetar al otro está establecido por la ley.

-Aun cuando la ley nos prohibiera respetar al otro, nuestro deber seguiría siendo respetarlo. Si no se es capaz de comprender la diferencia entre derechos humanos y derechos del ciudadano, se corre el riesgo de no comprender lo que es realmente la ciudadanía. Un inmigrante que entró clandestinamente en Francia no tiene los mismos derechos que un ciudadano francés, pero tiene exactamente los mismos derechos humanos. Con frecuencia se habla de ciudadanía en vez de hablar de moral. Esto es grave porque, por ejemplo, ninguna ley nos prohíbe ser egoístas y, sin embargo, moralmente todos sabemos que el egoísmo es un defecto y que la generosidad es un valor. La gente confunde moral con derecho, conciencia con democracia. Si contamos con la generosidad de los ricos para que los pobres puedan comer, no hemos comprendido nada. A la inversa, sería absurdo esperar que las leyes nos obligaran a amarnos los unos a los otros. Esto -para usar una expresión pascaliana- se llama necesidad de hacer una distinción entre desórdenes.

Los politicólogos hablan cada vez con más frecuencia de un «civismo individualista» (un comportamiento ecológicamente responsable, por ejemplo) que estaría reemplazando al viejo «civismo colectivo», cuyos referentes eran el patriotismo y la conciencia de clase.

-Es normal, en la medida en que vivimos en sociedades cada vez más individualistas, donde el respeto a las libertades del individuo se coloca por encima de todo. Pero ¿se puede ser un buen ciudadano individualista? No estoy tan seguro. Bajar el sonido de la televisión después de las 22 horas o cerrar la canilla mientras uno se cepilla los dientes es loable, pero depende más de la moral que de la ciudadanía. El primer deber del ciudadano es obedecer la ley. Sin embargo, ninguna ley obliga a bañarse en vez de ducharse, aun cuando esto sea un desperdicio de agua. Por el contrario, la ley nos obliga a pagar los impuestos y a declarar que tenemos una mucama. En otras palabras, ¡dése un baño de inmersión si tiene ganas, pero deje de hacer fraude con el fisco y de hacer trabajar a alguien en forma ilegal!

-Para usted, la globalización no parece ser responsable de las situaciones de extrema pobreza en el mundo. Sorprendente actitud para un hombre de izquierda.

-No, la globalización no es responsable de la pobreza del Tercer Mundo; más bien es lo contrario. Si los países ricos aceptaran abrir un poco más sus mercados a los productos africanos o sudamericanos, las economías de esas regiones irían infinitamente mejor. Europa y Estados Unidos protegen a precio de oro a sus agricultores y, con frecuencia, a sus industriales, en detrimento de productores más pobres. Más globalización en ese sentido tendría un efecto saludable en países como la Argentina. Deberíamos luchar por esa globalización. Una globalización equitativa, no sólo mercantil, regulada por políticos responsables y no por intereses económicos particulares.

Texto 2 ¿Es posible el altruismo egoísta? Jose Miguel Valle

Para que no haya ninguna duda me atrevo a afirmar que el altruismo no es prerrogativa de almas caritativas, sino de almas muy inteligentes. No entiendo muy bien qué tergiversación nominal y afectiva ha ocurrido para que el altruismo se asocie al egoísmo.

Se define como altruismo egoísta toda acción en la que se ayuda al otro, pero la acción se pone en entredicho porque se detecta una tracción motivadora en el placer que procura intrínsecamente la propia ayuda. En el recomendable ensayo El mal samaritano de la socióloga Helena Béjar se indaga con resultados sorprendentes en estas mecánicas.

Es cierto que a veces la conducta altruista descansa en la gratificación personal que supone ayudar al otro, pero jamás se me ocurriría conceptuar esa motivación como egoísta. La severidad que supone definir como egoísta una acción altruista me parece una tara léxica nacida de una preocupante corrupción sentimental. La apuntada concordancia entre altruismo y egoísmo se produce en los imaginarios porque se ha hiperbolizado la idea de que ningún acto humano está exento de la búsqueda de beneficio propio, como si colaborar con el otro a su mejora, prosperidad o simplemente a que transite hacia una situación más favorable para sus intereses sea lo mismo que negarle la ayuda, sabotearle oportunidades o procurarle un daño injusto. Incluso la instrumentación del altruismo y su publicidad para elevar la cotización en el parqué social no lo consideraría egoísmo, sino narcisismo o vanidad.

Existe una zona fronteriza en la que pueden coincidir la ayuda desprendida y la satisfacción que emerge ante la contemplación de lo bien hecho. ¿Este sentimiento de orgullo anula la acción altruista, desautoriza que se la pueda nominar de este modo? Que el altruismo retroalimente beneficios para ambas partes aunque sean de naturaleza diferente, ¿invalida que se le pueda calificar de acontecimiento altruista?

Mi respuesta es no. Es una noticia que debe congratularnos a todos saber que ayudar al otro genera respuestas gratificantes en quien presta la ayuda, y que esas acciones reciben el aplauso de la comunidad. Intuyo que uno de los motivos de este embrollo conceptual radica en que no sabemos descifrar nítidamente en qué consiste el comportamiento egoísta. Urge alfabetizarnos para expresar con más sutileza y menos simplificaciones los sentimientos que decoran nuestras acciones.

Hace unos años elaboré un programa educativo llamado Pedagogía de la Cooperación. Estaba destinado a chicas y chicos de catorce y quince años. En ese programa inventé una dinámica con ilustraciones para que discernieran comportamientos aparentemente egoístas, pero que sin embargo no lo eran. La línea que los separaba era muy visible, si previamente se aceptaba que egoísmo es toda acción en la que la consecución de un bien personal provoca un perjuicio en el bien común.

Es la diferencia que yo argumento entre egoísmo e individualismo. En el individualismo se anhela la ampliación de bienestar privado, pero no implica perjudicar el bienestar público, no al menos de forma marcadamente consciente. En el egoísmo ese perjuicio es insoslayable. Y muy consciente.

Sostengo que no puede existir en una misma conducta el deseo de ayudar al otro y el deseo simultáneo de perjudicarlo. Si el altruismo es ayudar desinteresadamente al otro, su sentimiento antitético no sería el egoísmo, sino la maldad, que es aquel curso de acción destinado a perjudicar al otro sin que necesariamente obtenga réditos quien lo lleva a cabo. Si los tuviera, hablaríamos de crueldad, y si la acción proporcionara delectación en su ejecutor la tildaríamos de perversidad. Oponer al altruismo el egoísmo es una elección impertinente. Si en una acción en la que procurando un beneficio a otro me beneficio yo, aunque sea con el pago de una gratificación sentimental, un raptus de bienestar, la adquisición de reputación, o la satisfacción del deber cumplido, estamos delante de una acción que supura inteligencia. El mal llamado altruismo egoísta debería recalificarse como altruismo inteligente.

Si ayudo al otro, me ayudo a mí, aunque la recompensa no aparezca contigua a la acción que acabo de desplegar. Que me importe el otro es la mejor manera de que yo le importe también. Quizá la motivación es individual, pero adjunta un soberbio resultado social. La mutualidad puede invisibilizarse en el aquí y ahora, aunque forja una red de transacciones en la urdimbre social.

Favorezco la perpetuación de una lógica de reciprocidad tanto directa como indirecta en la que alguien hará lo propio conmigo si en el futuro me hallo en una situación similar. Anticipar las gratificaciones que sin embargo se sitúan cronológicamente lejos de su punto seminal requiere la participación de la racionalidad, la capacidad de fabricar argumentos por los que regirnos para vivir y convivir mejor.

Una de las características de la gente obtusa es su pobre relación con el futuro y con esa exterioridad que llamamos los demás. No entrelazan un acto de ahora con su repercusión ni en su propio porvenir ni en el cuerpo social.

La cara b del altruismo no es el egoísmo, es la inteligencia, que cuando se fija en la articulación del magma social se convierte en justicia, imprescindible para la vida en común, pero también para la felicidad privada. No hay nada más inteligente que procurar que se desarrolle el bienestar de todos en ese marco de metas compartidas que llamamos convivencia.

Texto 3. Marina Garcés. Ilustración Radical.

Reseña de Bernardo Álvarez-Villar

“Ahora bien. La ignorancia, y esto ya lo sabía Sócrates, es antes que nada un problema moral, y nuestras décadas de narcisismo y abundancia nos han llevado a olvidar una “sutil” diferencia: la que existe entre morir y matar. Inmersos en la cultura del simulacro y el espectáculo, hemos visto proliferar las guerras, el terrorismo y las crisis migratorias sin ser capaces de dirimir hasta dónde llega nuestra responsabilidad ni cómo actuar en consecuencia.
Lo que Garcés propone es una revitalización del espíritu de la Ilustración, que no es un estado sino una tarea, para combatir las credulidades y servilismos de nuevo cuño. Retomar las preguntas fundamentales sobre el sentido y la dignidad de la vida, volver a situar el ágora en el centro de la vida colectiva y cultivar un pensamiento a la contra de los dogmas apocalípticos y antihumanistas. “Poder decir “no os creemos” es la expresión más igualitaria de la común potencia del pensamiento”, escribe la filósofa.

 

Autorres y biografía

André Compte-Spomville: antiguo alumno de la Escuela Normal Superior de París (donde fue alumno y amigo de Louis Althusser. sustentó una tesis de doctorado en la Universidad de París I Panthéon-Sorbonne. André Comte-Sponville fue durante mucho tiempo conferenciante de la Universidad de la Sorbona, de la cual dimitió en 1998 para dedicarse exclusivamente a la escritura y a otras conferencias ajenas a la universidad. Sus filósofos de influencia son Epicuro, los estoicos, Montaigne y Spinoza. Entre los contemporáneos, está próximo sobre todo a Claude Lévi-Strauss, Marcel Conche y Clément Rosset.

Jose Miguel Valle: (Bilbao, 1968). Licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación por la Universidad de Salamanca. Pertenece al equipo de docencia de la Escuela Sevillana de Mediación. Forma parte del profesorado del Experto en Mediación y Gestión de Conflictos de la Universidad Loyola Andalucía y del Especialista en Mediación de la Universidad Pablo de Olavide (UPO). Imparte cursos y talleres sobre inteligencia social.

Biografía para ampliar

-Garcés, Marina, Ilustración Radical, Nuevos cuadernos Anagrama, 2018, Madrid.

-Béjar, Helena, El corazón de la república, Paidós, 2000,

-Béjar, Helena, El mal samaritano. El altruismo en tiempos de escepticismo, Anagrama, 2006.

-Shankland, Rebecca, Los poderes de la gratitud, Plataforma Editorial, 2017

-Sennet, Richard, El artesano, Anagrama, 2009.

-Bilbao, Horacio y Maz, Andrés, Hay que perder el miedo al fracaso, Revista Clarín, 27-07-2012:   https://www.clarin.com/ideas/richard-sennett-entrevista-sociologia-buenos-aires_0_r1CZndZhwme.html

-Corradini, Luisa, El capitalismo no es moral o inoral, es simplemente amoral. La Nación. https://www.lanacion.com.ar/869146-el-capitalismo-no-es-moral-o-inmoral-es-simplemente-amoral

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