Texto 1
La Fragilidad de los vínculos humanos. Autor: Z. Bauman
Sin embargo, parece que la oposición entre naturaleza y cultura no es el mejor marco dentro del cual inscribir los dilemas actuales de la encrucijada sexo / género. La verdadera discusión es hasta qué punto los diversos tipos de inclinaciones / preferencias / identidades sexuales son flexibles, alterables y dependientes de la elección del sujeto.
Pero las oposiciones entre naturaleza y cultura y entre “es un tema de elección” y “los seres humanos no pueden evitar no hacer nada al respecto”, ya no se superponen como lo hicieron durante la mayor parte de la historia moderna y hasta no hace mucho tiempo. En el discurso popular, cultura significa cada vez más esa parte heredada de la identidad que no puede ni debe ser molestada (sin riesgo para quien se meta con ella), mientras que los rasgos y atributos tradicionalmente clasificados como “naturales” (hereditarios, genéticamente transmitidos) suelen ser considerados como dóciles a la manipulación humana y, por lo tanto, de libre elección, una elección de la cual, como sucede con toda elección, la persona se deberá sentir responsable y así lo será ante los ojos de los demás.
En consecuencia, no importa tanto si las preferencias sexuales (articuladas como “identidad sexual”) son “atributos naturales” o “constructos culturales”. Lo que importa es saber si depende del homo sexualis determinar (descubrir o inventar) cuál (o cuáles) de esa multitud de identidades sexuales posibles le resulta mejor, o si, como el homo sapiens frente a su “comunidad de nacimiento”, él o ella están constreñidos a aceptar ese destino y vivir sus vidas de manera tal de poder convertir a ese destino inalterable en una vocación personal.
Cualquiera que sea el vocabulario utilizado para articular las actuales desventuras del homo sexualis, y cualesquiera que sean las intervenciones médicas o genéticas de autoentrenamiento y autodescubrimiento consideradas como el camino correcto hacia una identidad sexual propia/ deseable, el punto crucial sigue siendo la “alterabilidad”, transitoriedad y revocabilidad de todas ellas .
La vida del homo sexualis está, por lo tanto, plagada de angustias. Existe siempre la sospecha – por más que sea posible anestesiarla durante un tiempo – de que estamos viviendo en la mentira o el error, de que algo de importancia crucial se nos ha escapado, perdido o traspapelado, de que algo hemos dejado sin explorar o intentar, de que existe una obligación vital para con nuestro yo genuino que no hemos cumplido, o de que alguna posibilidad de felicidad desconocida y completamente diferente a la experimentada hasta el momento se nos ha ido de entre las manos o está a punto de desaparecer para siempre su no hacemos algo al respecto.
El homo sexualis está condenado a permanecer en la incompletud y la insatisfacción, incluso a una edad en la que en otros tiempos el fuego sexual se habría apagado rápidamente pero que hoy es posible azuzar con la ayuda conjunta de milagrosos regímenes para estar en forma y drogas maravillosas. Este viaje no tiene fin, el itinerario es modificado en cada estación, y el destino final es una incógnita a lo largo del todo el recorrido.
La indefinición, incompletud y revocabilidad de la identidad sexual (así como de todos los otros aspectos de la identidad en un moderno entorno líquido) son a la vez el veneno y su antídoto combinados en una superpoderosa droga antitranquilizante.
La conciencia de esta ambivalencia es enervante y entraña ansiedades sin límites: es la madre de una incertidumbre que sólo puede ser apaciguada temporalmente pero nunca extinguida por completo. Toda condición elegida/alcanzada se ve corroída por dudas acerca de su pertinencia y sensatez. Pero a la vez protege contra la humillación de la mediocridad y el fracaso. Si la felicidad prevista no llega a materializarse, siempre está la posibilidad de echarle la culpa a una elección equivocada antes que a nuestra incapacidad para vivir a la altura de las oportunidades que se nos ofrecen. Siempre está la posibilidad de salirse del camino antes escogido para alcanzar la dicha y volver a empezar, incluso desde cero, si el pronóstico nos parece favorable.
El efecto combinado de veneno y antídoto mantiene al homo sexualis en perpetuo movimiento, empujándolo (“este tipo de sexualidad no logró llevarme al climax de la experiencia que supuestamente debía alcanzar”) y tirando de él (“he oído hablar de otros tipo de sexualidad, y están al alcance de la mano; sólo es cuestión de decidirse y tener ganas”)
El homo sexualis no es un estado y menos aún un estado permanente e inmutable, sino un proceso, minado de ensayos y errores, de azarosos viajes de descubrimiento y hallazgos ocasionales, salpicado de incontables traspiés, de duelos por las oportunidades desperdiciadas y de la alegría anticipada de los suculentos platos por venir.”
Extracto del libro Bauman, Z. (2005). Amor Líquido. Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica. p.p. 78 – 80.
Texto 2
Michel Foucault: «El sexo es aburrido».
Pregunta. El primer volumen de su obra Historia de la sexualidad se publicó en 1976, ¿sigue usted pensando que el conocimiento de la sexualidad es imprescindible para comprender lo que somos?
Respuesta. Debo aclarar que me interesan mucho más los problemas relacionados con las técnicas del yo que el sexo… El sexo es aburrido.
P. Parece ser que a los griegos tampoco les interesaba el sexo,
R. Sí, así es. Consideraban que no era un problema importante. De hecho, le concedían una mayor importancia a la alimentación y a los regímenes. Creo que tiene un gran interés la observancia del movimiento extremadamente lento que va desde el momento en que se pone el énfasis en la alimentación -preocupación omnipresente en Grecia- hasta aquel en que se presta atención a la sexualidad. La alimentación era mucho más importante que el sexo en los primeros tiempos del cristianismo. En las reglas monacales, el problema fundamental era la alimentación. Durante la Edad Media se produjo un lento desplazamiento. Finalmente, después del siglo XVII se impuso la sexualidad como problema esencial.
P. El tomo II de su Historia de la sexualidad, El uso de los placeres, se ocupa casi exclusivamente, del sexo.
R. En este segundo volumen me he propuesto demostrar que en el siglo IV antes de Jesucristo prevalecía un código de restricciones y prohibiciones muy semejante al que tenían presente los moralistas y médicos de los primeros tiempos del Imperio romano. Creo, sin embargo, que la forma de entregar estas prohibiciones con respecto al yo por parte de estos últimos era muy distinta. A mi entender, ello se debe a que el objetivo principal de este tipo de ética era de orden estético. En primer lugar, la ética a que nos referimos se limitaba a un problema de elección personal. En segundo lugar, estaba reservada a un sector muy reducido de la población y, por consiguiente, no podía prescribir un modelo de comportamiento para todo el mundo. Por último, la elección personal era determinada en la voluntad de vivir una existencia bella y de dejar a los demás el recuerdo de una vida honorable. No creo que este tipo de ética pueda considerarse como un intento destinado a establecer una normalización de la población.
P. ¿Cuál es su título?
R. La experiencia de sí mismo. Esta obra, que no forma parte de la serie de libros sobre la sexualidad, se compone de diferentes escritos sobre el yo, el papel de la escritura y la lectura en su constitución, el problema de la experiencia médica del yo, etcétera.
Lo que me llama la atención es que la ética griega se preocupaba más por la conducta moral del hombre, su ética y su relación consigo mismo y con los demás, que por los problemas religiosos. ¿Qué nos sucede después de la muerte? ¿Qué son los dioses? ¿Intervienen en nuestras vidas? Todas estas preguntas tenían muy poca importancia, ya que no estaban directamente relacionadas con la ética. Ésta, por su parte, no se hallaba vinculada con un sistema legal. Así, por ejemplo, las leyes contra la mala conducta sexual eran escasas y poco constrictivas. Lo que los griegos en realidad se proponían era construir una ética que fuese una estética de la existencia.
Grecia imperfecta.
P. Puede que la vida de los griegos no fuese perfecta; sin embargo, parece ofrecer una alternativa atrayente frente al eterno autoanálisis cristiano
R. La ética griega estaba vinculada a una sociedad puramente viril, que dejaba un sitio a los esclavos y en la que las mujeres eran seres relativamente inferiores, cuya vida sexual, caso de estar casadas, debía orientarse hacia una ratificación de su estado de esposas.
P. Las mujeres estaban, pues, dominadas. Sin embargo, el amor homosexual se vivía, sin duda, mejor que ahora.
R. Esa es la impresión más extendida. El hecho de que en la cultura griega exista una abundante y enjundiosa literatura sobre el amor entre hombres jóvenes ha sido considerado por los historiadores como una prueba evidente de que los griegos gustaban de practicar este tipo de relación. Pero ello demuestra al mismo tiempo que la homosexualidad planteaba varios problemas. De no ser así, los griegos se hubiesen referido a esas relaciones con los mismos términos que utilizaban para hablar de amor heterosexual. El problema era que no podían aceptar que un joven que estaba llamado a convertirse en un ciudadano libre pudiese estar dominado y fuera utilizado como un objeto para el placer de otro. La mujer y el esclavo podían ser positivos, puesto que ello formaba parte de su naturaleza y de su estado. Reflexiones como éstas sobre el amor homosexual demuestran que los griegos no podían integrar esta práctica real en el marco de su yo social.
Ni siquiera podían imaginar que hubiese reciprocidad de placer en las relaciones entre un joven y un hombre. Si Plutarco, por ejemplo, cree que el amor de los efebos plantea problemas, ello no se debe a que considere que es contrario a la naturaleza. Su tesis es que «no puede haber reciprocidad en las relaciones físicas entre un joven y un hombre».
Placer y salud
P. Aunque parece que la no reciprocidad era un problema para los griegos, se tiene a la vez la impresión de que ese problema se podría haber resuelto. ¿Por qué el placer sexual había de ser masculino? ¿Por qué el placer de las mujeres y de los efebos no podía ser tomado en consideración sin que ello diera lugar a una importante alteración del sistema? ¿Quiere ello decir que no se trataba de un problema sin importancia y que si se intentaba introducir el placer del otro se venía abajo todo el sistema jerárquico y ético?
R. Eso es exactamente lo que hubiera ocurrido. La ética griega del placer está vinculada a una sociedad viril, a la falta de simetría, a la exclusión del otro, a la obsesión por la penetración, a una especie de temor a ser desposeído de la propia energía, etcétera.
P. Está bien. Admitamos que para los griegos las relaciones sexuales constituyeron, a la vez, una situación de no reciprocidad y un motivo de preocupación. Sin embargo, el placer no parecía plantearles ningún tipo de problema.
R. En El uso de los placeres he intentado demostrar, por ejemplo, que se da una tensión creciente entre el placer y la salud. Las opiniones de los médicos y el interés que prestan a los problemas relacionados con el régimen alimenticio demuestran que los motivos principales de preocupación han sido muy similares durante varios siglos. Sin embargo, la idea de que el sexo es peligroso tiene mucha mayor fuerza en si siglo II de nuestra era que en el siglo V o IV antes de Jesucristo. Creo que se puede demostrar que ya Hipócrates, en el siglo V antes de Jesucristo, consideraba que el acto sexual podía ser peligroso y que cuando se hacía el amor había que tener cuidado con los momentos, las estaciones, las circunstancias, etcétera. En los siglos I y II de nuestra era parece que para los médicos el acto sexual está ya mucho más cerca de lo patológico. Creo que la diferencia más importante reside en el hecho de que en el siglo IV antes de Jesucristo el acto sexual es actividad, mientras que para los cristianos se caracteriza por su pasividad y su naturaleza de castigo del pecado original.
Fuente: «El sexo es aburrido». Entrevista a M. Faucoult.
Faucoult, Michel, Historia de la Sexualidad (3 tomos), Siglo XXI, 2010.
Texto 3
Igualmente Singulares
La teoría queer es un conjunto de ideas sobre el género y la sexualidad de las personas que sostienen que los géneros, las identidades sexuales, y las orientaciones sexuales, no están esencialmente inscritos en la naturaleza humana, sino que, son el resultado de una construcción social y, como tales, son formas que varían en cada persona y en cada sociedad.
La teoría queer rechaza la clasificación de los individuos en categorías universales y fijas, como: varón, mujer, heterosexual, homosexual, bisexual o transexual; pues, considera que están sujetas a restricciones impuestas por una cultura en la que la heterosexualidad es obligatoria; así como la heteronormatividad y el heteropatriarcado. Esta teoría sostiene que estas categorías son ficticias y esconden un número enorme de motivaciones políticas apoyadas por la sexología, una ciencia que no ha sido totalmente teorizada.
Contra el concepto clásico de género, que parte de la distinción a partir de la «heterosexualidad natural» aceptada como normal (en inglés straight, es decir «recto»), contraria a lo «anómalo» (en inglés queer o «retorcido»); la teoría queer afirma que todas las «identidades sexuales» son igualmente anómalas, incluida la heterosexualidad.1
La teoría queer critica las clasificaciones socio-sexuales de la historiología, psicología, filosofía, antropología y sociología tradicionales, basadas habitualmente en el uso de un solo patrón de segmentación paternalista —sea de clase social, de género, de etnia o de nacionalidad poscolonial— y sostiene que las identidades sociales, condicionadas por la naturaleza sexual, se elaboran de manera más compleja como intersección de múltiples grupos, corrientes y criterios.2
La teoría queer respalda la plasticidad de la naturaleza sexual humana, en la que el sexo no se entiende en términos morales, sino en términos de erotismo, posición jerárquica o responsabilidad social. Sostiene también que el concepto de identidad sexual (hetero-, homo-, bi- o transexual) está mistificado; resultando ficticio y limitante, pues las personas son mucho más diversas que las categorías y, en todo caso, lo que debe calificarse es cada acto, fantasía o deseo puntual y no las personas que desean, fantasean o participan.
Fuente: Wikipedia.